lunes, 7 de enero de 2013

Hipotecados y desahuciados

 

La  lenta ola, tsunámica, de la crisis ha ido dejando en la playa muertos y heridos sociales, hipotecados  y... deshauciados. Los médicos desahucian a los enfermos cuando consideran que su propio saber y sus técnicas  ya no sirven para atrasar la llegada de la muerte y los bancos, apoyados eficientemente por el sistema judicial, desahucian a sus clientes cuando considera que están muertos socialmente pues no pueden hacer frente a los pagos de la hipoteca, como resultado de la pérdida de su puesto de trabajo. 

Deshauciar es "quitar a uno toda esperanza de conseguir lo que desea". Dante Alighieri, mucho antes de la crisis de las hipotecas,  puso en el pórtico de entrada a su infierno literario ¡Oh, vosotros que entráis, abandonad toda esperanza!" Esta frase debería estar en las puertas de todas las oficinas bancarias, por ley.

En la Roma antigua los campesinos movilizados en las guerras imperiales cuando volvían se encontraban con sus pequeñas propiedades agrícolas sin trabajar y, por supuesto, con las cosechas perdidas. Se veían obligados a pedir préstamos para sobrevivir y volver a sembrar, normalmente a aquellos de sus vecinos más ricos ofreciendo como garantía su casa y su tierra. Es decir, se hipotecaban, quedando así "anexados" (este tipo de contrato se llamaba nexum)  Como hoy, muchos incumplían los plazos para devolver el capital y perdían su tierra. Se veían obligados a hacer prestaciones en trabajo a su acreedor por los intereses, que así aumentaba su mano de obra, con lo que algunos iban siendo cada vez más ricos y acumulaban más tierras.¿Os suena de algo?. Es decir, el deudor perdía su libertad  compensando al acreedor con su fuerza de trabajo en una situación semejante a la esclavitud, además de perder su tierra. Vemos que la hipoteca ha estado siempre asociada a alguna forma de pérdida de libertad, de esclavitud, hasta hoy.

No obstante, generalmente (no siempre) la historia nos muestra que cuando muchos sufren una situación de injusticia aumentan las probabilidades de rebelión contra las causas y los causantes de ella. En esa Roma imperialista emergieron luchas por la condonación de las deudas a lo largo de los siglos V y IV  A.C. que forzaron el desarrollo de formas de deudas menos esclavistas. Pero el concepto y la práctica de la hipoteca ha persistido hasta nuestros días por la mediación del sistema financiero que  ha complejizado, sofisticado y estetizado la usura.

Las actuales plataformas de afectados por las hipotecas son los herederos de esas luchas perdidas en los recovecos de la historia. Consituyen la rebelión contra el nexum, contra la servidumbre a una de las mil formas de dominio del capital, contra el esclavismo.


domingo, 30 de diciembre de 2012

Arrugas


Miro mis manos y me sorprenden sus arrugas. No deberían sorprenderme porque soy un cincuentón avanzado, sin embargo lo hago pues son arrugas que no veo con esa intensidad en mi rostro en el espejo, mi reserva de identidad cotidiana. Ergo, me miro poco las manos, símbolos del "hacer" y, a lo mejor, demasiado el ombligo, símbolo solipsista.

Las arrugas de la piel humana tienen mala fama: existe una industria destinada a luchar contra ellas que fabrica toda clase de inútiles ungüentos, incapaces de detener la entropía de la vida. Hace unas décadas Adolfo Dominguez las reivindicó para la ropa. El eslogan "La arruga es bella" acompañó nuestros años de la "Movida" y del disseny, cuando España parecía, por fin ser europea, rubia y de ojos azules."Cuando fuimos los mejores " cantaría después el inefable Loquillo.Luego llegó la lenta decadencia del imperio de las ilusiones hasta hoy, tiempos abúlicos, ansiosos y menesterosos.

Una arruga es "un pliegue de la piel que puede ser provocado por distintos factores pero principalmente por la edad. Por extensión, cualquier pliegue en una superficie flexible". Las arrugas son surcos que el tiempo dibuja sin nuestro consentimiento, en la epidermis y en las profundidades también. Los años nos hacen rugosos, asperos, con demasiados relieves y sinuosidades. Pero para salvarnos existen las arrugas de la risa,  arrugas felices y vitales. Probablemente, son pocas, muy pocas, pero se han quedado allí  tal vez para recordarnos que en realidad nunca hemos sido ni seremos los mejores sino que más bien somos lo que hemos podido ser riéndonos de nosotros mismos.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Mario, el pastor

Mario se abriga porque en la Sierra madrileña ahora hace un frío del carajo, aunque no es imprescindible que los grajos aparezcan por algún lado, y sale a acompañar a sus ovejas por las laderas de unos montes hirsutos y cenicientos. Yo acompaño al acompañante y también me abrigo,  preparándome para caminar unas horas de quietud bajo un sol invernal que lucha contra el incansable viento serrano. Aquí hay poesía a la espera del poema y del poeta que lo escriba.

Las ovejas son seres extraños, gregarios hasta el exceso. Son máquinas de comer, instintivas y sensoriales. Nacen para reproducirse, como nosotros, los monos desnudos, sólo que ellas no lo saben. Nosotros lo sabemos pero eso no nos salva de la estupidez. Mario me dice que este gregarismo atrae a los corzos, que él ha visto durmiendo en medio del rebaño de ovejas. Todos, al parecer, necesitamos el calorcito de la manada, o de la tribu, para paliar por un momento la soledad que, aunque la busquemos, no deja de parecernos, a veces, excesiva.

A Mario le gusta este bosque que ha ido creciendo de manera espontánea, sin que sea necesario una plantación de árboles con diseño ingenieril y objetivos de mercado. Mario prefiere estos robles retorcidos, disímiles y quejumbrosos,  a los árboles rectos, alineados y alienados, que le enseñaron a plantar y a industrializar durante su formación forestal.

En sus diarias caminatas junto a su rebaño alguna vez, me cuenta, se ha encontrado con cazadores, esta subespecie humana con aspecto contemporáneo y ética neolítica. Dice le gustaría gritarles que su trabajo como pastor es eso, un trabajo, mientras que lo que ellos hacen es una diversión de fin de semana. A mí también.

Mario es una buena persona. Las buenas personas se distinguen de las malas por sus actos y su mirada. La mirada de Mario y sus actos no son equívocos. Mario, por ahora, es pastor de ovejas, a lo mejor quiere ser pastor de almas o su destino sea ese sin que él lo busque.


viernes, 12 de octubre de 2012

Saberes ausentes y probabilidad de esperanza

 

En Madarcos, pueblo serrano de la Comunidad de Madrid, este pasado fin de semana se realizó una jornada de "encuentro y recuperación de tradiciones" ("Madarcos ayer y hoy"). Fue un día de fiesta, masiva y solidaria. Este amanuense asistió como voyeur antropológico y porque su hija Andrea forma parte de ese grupo de locos que se resiste a que Madarcos y otros pueblos desaparezcan de la memoria colectiva, contribuyendo con su trabajo y cariño a la activación económica y cultural del lugar.

Durante el día del encuentro se realizaron talleres, exposiciones y actuaciones, la mayoría girando en torno a prácticas y objetos vinculados la tradición de la zona. La miel, el pan, el cuero, los tejidos, los instrumentos musicales y de labranza junto con la respostería tradicional y los bailes, fueron protagonistas de un encuentro que se extendió hasta altas horas de la noche.

Boaventura de Sousa Santos, lúcido sociólogo portugués, defiende una "Sociología de las ausencias". Constatando que la experiencia social en todo el mundo es mucho más amplia que la tradición científica, filosófica, tecnológica, industrial etc. dominante y que esta riqueza social está siendo desperdiciada, propone una "Sociología de las emergencias" encaminada a combatir ese avasallamiento cultural. Constata que lo que no existe es, en verdad, "activamente producido como no existente"  y que es necesario transformar las ausencias en presencias. "Hay producción de inexistencias siempre que una identidad dada es descalificada y tornada invisible, innintelegible o descartable", afirma.

No es fácil la recuperación de saberes y formas de hacer que los discursos y prácticas hegemónicas han dejado en los márgenes de la historia. Pero tampoco es fácil no caer en el folklorismo y el tradicionalismo reaccionario. La recuperación tiene sentido si conecta con prácticas actuales y  ayuda a proyectarlas hacia adelante pues, de lo contrario, puede ser sólo una simple añoranza de un pasado idealizado y servir para dar argumentos a los siempre dispuestos a restituir supuestas identidades atávicas.

Por eso, la "Sociología de las emergencias" tiene valor si consiste en una "ampliación simbólica de los saberes, prácticas y agentes de modo que se identifiquen en ellas las tendencias de futuro (...) sobre las cuales es posible actuar para maximizar la probabilidad de esperanza en relación a la probabilidad de frustración". La "recuperación" es, de esta manera, una apuesta de futuro, no la ingenua nostalgia de un pasado perdido en los recovecos de la historia. Es una forma de imaginación colectiva que "implica conocer las condiciones de posibilidad de la esperanza y definir principios de acción que promuevan la realización de esas condiciones". Creo que las buenas gentes de Mardarcos están en este camino.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Daño psicosocial y tristeza

Por daño piscosocial se entiende, entre otras cosas, los efectos que situaciones sociales traumáticas tienen sobre los individuos. Las guerras o las dictaduras son ejemplos de escenarios sociales donde las subjetividades quedan heridas, fracturadas o sencillamente rotas,  irremediablemente. Los bombardeos sobre la población civil o una política de tortura sistemática sobre ella dejan sus huellas de horror en la subjetividad profunda de los individuos.

A diferencia de los traumas sociales derivados de catástrofes naturales,  los conflictos de este tipo expresan la ruptura del lazo social, del vínculo con el Otro, ya sea el Otro político, étnico o cultural. Otro, como tú, tu semejante, que de pronto muestra todo los signos y las conductas del extraño, del diferente, te ha infringido la herida. Por eso, no hay daño más doloroso, más "entrañable", es decir, el que hiere las entrañas, que el producido por el, hasta ahora, cercano, aquél en el que confiabas. El militar torturado por sus propios compañeros de armas o el habitante de un barrio que es atacado por los vecinos con quienes hasta ese momento connvivía tranquilamente (caso de la ex-Yugoeslavia) viven un doble dolor: el de la herida en sí misma, física o  psicológica,  y el de reconocer con estupor la proximidad del causante del daño.Lo que se ha roto es el vínculo social en su dimensión más profunda. La tristeza sin duda es uno de los sentimientos que quedan después del ruido de las explosiones y el grito apagado en las lúgubres habitaciones de la picana eléctrica.

Pero también una repentina, aunque no por eso menos intuida, crisis económica de agónico desarrollo, bombardean y torturan a los sujetos."No sabemos, no confiamos, no esperamos" dice Vivente Verdú en su artículo "El oráculo de la tristeza". y agrega:  "Una ancha y hosca manta gris se ha extendido gradualmente sobre estos años de la Gran Crisis sobre el alma entera de la población". No saber, desconfianza y ausencia de expectativas son los resultados de unas agresiones silenciosas y cínicas, pero que aquí, a diferencia de los ejemplos anteriores, no son hechas por un Otro concreto, identificable;  un Otro con rostro, que pueda ser distinguido con claridad. "Capitalismo", "banca", "mercados", "rescates", "primas de riesgo" etc. son significantes con los que intentamos estabilizar o fijar, nombrándolos, a posibles Otros. Pero estas realidades son camaleónicas, se mimetizan entre sí y sólo muestran parcialidades e intermitencias de su poder y de la agresión que infringen. Por eso, pasamos del reino del miedo (a algo conocido) al reino de la angustia (frente algo que desconocemos). Por eso la "ancha y hosca mancha gris" se abalanza sobre el alma colectiva.


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Hijos

Los hijos, contra la opinión común y las evidencias de la biología, nacen cuando ellos quieren. Irrumpen en la vida de un hombre cuando todavía era sólo hijo de otros. Y desde ese momento uno comienza  a ser, además, padre: licenciatura sin titulo pero con infinitos exámenes de acceso. Y aquí no hay Master que valga. Es decir, llegan cuando de la vida se sabe más bien poco. Pasan los años, seguimos sin saber mucho y continuamos siendo hijos, pero, por lo menos, algo hemos aprendido a leer,  a través de las cicatrices dibujadas sobre el cuerpo y el alma, en el mapa que muestra los caminos y las bifurcaciones en las que acertamos y en las que nos equivocamos,

Lo que un padre le puede enseñar a los hijos queda empequeñecido en comparación a lo que aprende de ellos. Un intercambio desigual con quienes, en algún  momento demasiado efímero, fueron "locos bajitos" y con los cuales ahora nos cruzamos en senderos que se les abren a casi todas las posibilidades cuando a nosotros se nos han cerrado muchas.

La etimología, siempre sabia ella, relaciona "hijo" con feliz y también con fecundo. Una fecundidad feliz, son entonces.  Un hombre, a los hijos no los busca; más bien los encuentra en el camino vital así como ellos nos encuentran a nosotros en el propio. Si todo sale más o menos bien, el encuentro ha sido entonces feliz y fecundo y entonces uno se puede congratular por haber hecho las cosas con algo de acierto. Aquí por lo menos, que no es poca cosa.


Andrea y Pablo han sido y son  mi fecundidad feliz.

martes, 11 de septiembre de 2012

Allende y mi padre


 A mis hijos


Mi padre, funcionario del Senado de la República de Chile, tenía una buena relación profesional con el Senador Salvador Allende Gossens. Después del triunfo de la Unidad Popular fueron a visitarlo y a felicitarlo él y otros compañeros de trabajo a su casa de la calle Guardia Vieja. Recuerdo haber visto unas fotos que daban testimonio del encuentro. Seguramente, esa mañana y tarde del 11 de septiembre de 1973  fueron quemadas junto a libros, discos y todo tipo de documentos que pudieran delatar la vinculación de mi padre y, por extensión de nuestra familia, con la masacrada Unidad Popular. Le ayudé en ese triste y angustiado proceso de borrar los signos externos de una identidad política que a ambos nos enorgullecía. Descubrimos juntos lo lento que es deshacerse de un libro de Marx rompiendo sus hojas a trocitos echándolas por el váter. También descubrimos que los LP de Quilapayún tardaban una eternidad en ser consumidos por el fuego y que la humareda que echaban fácilmente nos delataría. Algunos años más tarde, me confesó que de lo que más se arrepentía era de haber quemado una carta personal de Allende dirigida a él felicitándole por un trabajo realizado.

La dictadura se mostró pródiga en eufemismos: al golpe de Estado le llamó "pronunciamiento militar" y al toque de queda "restricción a los desplazamientos nocturnos". "Exonerado" era el eufemismo que designaba a quienes se echaba del trabajo. Mi padre fue uno de ellos e ingresó en la lista negra de los que no podían trabajar en el sector público lo que para él, funcionario de carrera, significó su muerte profesional y, con el paso del tiempo, su muerte social y existencial. No fue hecho prisionero y enviado al Estadio Nacional como algunos de sus conocidos y amigos. Conociéndolo, y sabiendo el horror que se vivió allí, tengo la seguridad de que no habría resistido. Vivió siempre con la contradicción por la suerte de haberse salvado y la culpa por no haber compartido el destino de sus compañeros.

Mi padre, como muchos otros, era fundamentalmente "allendista", es decir, admiraba a un líder que, sin ser un caudillo, era carismático y valiente como su inmolación posterior lo expresó con rotundidad. Ambos eran "pequeños burgueses", como los definía la vulgata marxista, que creían en la redistribución de la riqueza, la nacionalización de las materias primas y, en general, en una vida más digna para todos. Nuestra casa y familia eran una de las  excepciones en una clase media nacional principalmente de derechas.

Mi padre, como muchos otros, lloró cuando esa mañana la radio golpista difundió la noticia de la muerte de Salvador Allende. Otros, muchos también, la celebraron con champán. Yo los lloro a los dos cada 11 de septiembre.

Dicen que uno nunca deja de ser lo que fue en el patio del colegio. Para tantos de mi generación, nunca hemos dejado de ser, además, los mismos adolescentes o casi niños asustados que vimos a los aviones sanguinarios lanzar sus proyectiles de odio sobre  la historia común del país para que sus amos refundaran el capitalismo salvaje. Todo lo que hemos vivido después ha sido un eufemismo de la muerte.